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Pedalear colectivamente: una lección más allá de las aulas universitarias

La experiencia de ser estudiante, lejos de gran parte de la familia, puede resultar plagada de soledad, aunque, al mismo tiempo, de reflexión y de esperanza en el porvenir. En esta ocasión, Estefanía Chávez, nos hace parte de dicha experiencia, en su relato desde Oxford, Inglaterra.

Era febrero y algunos estudiantes nos habíamos reunido para aplacar la ansiedad y ver en las noticias el conteo regresivo de la salida de Inglaterra de la Unión Europea. Reuniendo valor y tratando de socializar en medio de la timidez que me ha embargado desde que llegué a estudiar a este país, decidí unirme a los chicxs, que entre bromas y conteniendo la ansiedad por el fututo económico de Inglaterra, estaban entretenidos esa noche. Recuerdo que mi compañero de piso, un joven ex estudiante del Imperial College London (institución académica que tendría un rol decisivo en las semanas venideras, señalando cómo el Coronavirus impactaría en el sistema de salud de Gran Bretaña), un poco en serio, un poco en broma, mencionó que se había identificado el primer caso de contagio del coronavirus en York, una ciudad no muy lejana de Oxford. La sonrisa en los rostros se nos apagó. La propagación del virus, podría ser nefasta en un lugar pequeño como York, pero en ese momento, ninguno podía atreverse a predecir sus efectos. El incipiente temor no tardó en diluirse entre las risas, las bebidas y la jovialidad de los estudiantes internacionales que estábamos departiendo y riendo esa noche.

El frenético ritmo de estudios de una de las universidades más prestigiosas del mundo nos tenía sometidos a devorar capítulos de libros y a seguir sin alzar cabeza, así que continuamos un poco indiferentes a lo que empezaba a tejerse tristemente en las salas de cuidados intensivos del Norte de Italia, el epicentro de la pandemia en Europa. Embebidos en nuestras extenuantes rutinas, ninguno sospechábamos lo que vendría: los correos electrónicos de la universidad diciéndonos que existía el primer estudiante que había dado positivo al virus, pero que la situación estaba contenida; las publicaciones del gobierno indicándonos que debíamos lavarnos bien las manos, los amigxs y compañerxs programando vuelos de un día para otro, avizorando cómo la situación estaba a punto de estallar. Cada suceso empezó a entretejerse rápido con el desvarío, el surrealismo y el dolor. Sin sospecharlo, llegó el momento en que el Primer Ministro anunció que los ciudadanos deberían estar listos para despedirse de las personas que amaban porque perderíamos a muchos prematuramente. Así, a quemarropa. Así sin más nos cayó el baldazo de agua helada, de que Inglaterra debería prepararse para perder a una generación. A la generación de adultos que probablemente tenían complicaciones respiratorias, enfermedades previas, y que, sin embargo, habían contribuido arduamente a levantar la economía del país.

La pandemia llegó y se ha instalado en pequeñas ciudades del Reino Unido como Oxford. La tensa calma que hoy reina entre los pasillos y los edificios de la inquietante y espléndida ciudad universitaria, hoy se percibe de un modo extraño, ambiguo y desolador. El centenar de bibliotecas de la universidad y sus museos permanecen cerrados. El lugar favorito de los turistas, donde se albergan ediciones invaluables, la cámara Radcliffe, permanece cerrada y sin un solo turista o estudiante. Los días transcurren en medio de los paisajes de la primavera, que a veces dolorosos y esperanzadores, nos recuerdan que la vida es esperar, que las estaciones son momentos en que el tiempo se detiene y ralentiza para entregarnos nuevas promesas. Hoy esas promesas parecen lejanas, pero de algún modo, se han instalado entre nosotros porque sin ellas, imposible vivir.

Estas primeras semanas de la cuarentena han sumido a la ciudad en una rutina extraña, en un letargo, en un mal sueño en el que todos vemos como se desdibujan los retos y las aspiraciones. Cuesta reconocer que, por un lado, la humanidad perece en condiciones tristes y miserables, y, por otro, la Naturaleza, va cicatrizando en soledad las heridas que le hemos causado. Mientras los seres humanos exhalan su último respiro, en aislamiento forzado a causa de sistemas de salud que no se llegan a dar abasto, la Naturaleza va creando la oportunidad de que ésta y otras generaciones sobrevivan a su propio exterminio. Es la ironía más triste y cruel que hoy vemos tomar forma frente a nosotros.

La vida se detuvo en Oxford, y detenidos como estamos, los pocos que quedamos todavía aquí, hemos tenido que apearnos a nuestros mejores recuerdos de ella. El privilegio de permanecer aquí, en donde aún la epidemia no se ha propagado de forma fatal, coexiste con nuestros deseos de volver y regresar para estar con quienes amamos. Las despedidas de nuestros amigos no se han hecho esperar. Entre lágrimas, pero también esperando que sus viajes sean seguros y que puedan llegar y reunirse con sus familias, intercambiamos mensajes y notas de voz deseándonos lo mejor. En medio de esta red de intercambio de mensajes de afecto, me veo a mí misma, obsequiando y recibiendo mascarillas. Las mascarillas se convirtieron de pronto en el regalo que le dejas al amigo, al flatmate, al compañerx por quien has sentido una simpatía especial. La comunidad de estudiantes asiáticos, entre quienes está más naturalizado el portar este tipo de indumentaria para prevenir el contagio de enfermedades virales, circula las mascarillas con generosidad y en un gesto de empatía y solidaridad.

Mientras tanto, Oxford, la prestigiosa universidad que nos acogió a muchos, ha transformado sus programas a formatos virtuales. Desde ahí veremos por el resto del año académico a nuestros amigxs, tutorxs, profesorxs. Desde ahí también nos tocará sacar fuerza para ir sobrellevando esta pausa que tiene el mundo en vilo. Desde ahí nos tocará ir aprendiendo y leyendo, procesando nuestros conocimientos y volcándolos en nuestras disertaciones y ensayos.


Hoy creo que la crisis se siente de un modo distinto en Oxford. Y tal vez digo distinto porque no encuentro un término para nombrar las dudas, la desesperanza y la desilusión de quienes tuvimos que emprender procesos de aplicación largos, competitivos y rigurosos para obtener becas. O a quienes tuvieron que aplicar a créditos educativos o invertir ahorros propios y de sus familias, yendo detrás de sus sueños. Esos sueños y objetivos que hoy parecen esquivos, y que pasan a un segundo plano, cuando vemos a nuestros países desangrarse frente a la falta de epidemiólogos, y ante la vista y paciencia de gobiernos que han desarticulado sus sistemas de salud y en los que la corrupción ni siquiera nos da una tregua en medio de la peor de las crisis.

En medio del desamparo en el que está sumido el mundo entero, hay algo que permanece encendido en el corazón de muchos: la esperanza. Hoy pienso en la forma que adquiere la esperanza en la ciudad donde me encuentro.  Oxford es la ciudad donde cada estudiante tiene su bici para recorrer y acercar las distancias. Aunque esas bicis están parqueadas, sin sus dueños para pedalearlas, hoy imagino que nos toca pedalear de otro modo. Pedalear colectivamente para salir de este momento, reflexionando críticamente, creando oportunidades para que la vida sea posible, porque estamos en ese momento donde ya no tendremos certezas, donde el mundo que gozábamos no existe más de la forma en que solía existir. Aunque parece un lujo que no alcanza a aliviar la desesperanza y el luto colectivo que se teje entre los habitantes del mundo y aunque no sirva de alivio para todo el dolor que hoy se vive. Pensar crítica y colectivamente será el estímulo para generar cambios, para generar alternativas a la forma en que actuamos y volcar toda la creatividad a la búsqueda de salidas.

Hoy nos toca seguir. Seguir esperando que la enfermedad no nos robe los sueños, no nos deje sin el material que es como oxígeno vital para volar, para escribir y desear mejores días para nuestros países y para cada ser en este mundo.


*Fotografías cortesía de la autora



 

Sobre la propuesta:


Quisiera recopilar relatos de diversos países, de gente que nos cuente “¿Cómo se vive en tiempos del Coronavirus?”. Se trata de relatos cortos (alrededor de 500 palabras) que nos digan cómo está su ciudad o país y qué hacen ustedes en medio de esta crisis.


I would like to compile stories from various countries, from people who tell us "How do people live in the times of the Coronavirus?". These are short stories (about 500 words) that tell us how your city or country is doing and what you are doing in the midst of this crisis.


Je voudrais compiler des récits de différents pays, de gens qui nous disent « Comment vit-on à l’époque du coronavirus ? » Il s’agit d’histoires courtes (environ 500 mots) qui nous disent comment est votre ville ou votre pays et ce que vous faites au milieu de cette crise.

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