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Niños comestibles

Actualizado: 22 may 2020


En 1729 Jonathan Swift se atrevía a publicar “Una Humilde Propuesta”. Un texto no más de cinco páginas en el que ofrece una solución para sostener el capitalismo emergente de aquella época.

Su “humilde propuesta”, consiste en hacer de los niños de 0 a 1 año, alimento para los terratenientes, políticos y poderosos en Irlanda; el argumento principal es la sobrepoblación de niños en un país en el que la pobreza empezaba a invadirlos y a ocupar sus espacios públicos. Swift sostiene que “los niños comestibles” constituyen la solución principal a esta problemática. “Con esa acción política la sobrepoblación se detendría, solamente sería necesario mantener vivos a veinte niños y una niña para que la especie no desaparezca. Los “pobres” tendrían ingresos suficientes para mantenerse y salir de la mendicidad, se eliminaría la terrible práctica del aborto, y la violencia intrafamiliar desaparecería, porque los maridos cuidarían a las mujeres, debido a que son portadoras del sustento económico diario”. Ahora traslademos esa ironía a la actualidad.


Ya en el 2013, el capitalismo no es emergente, ha tomado fuerza y se ha constituido en el sistema económico vigente, que con modificaciones de acuerdo a cada contexto, regula las relaciones de poder que lo sostienen, de esta forma la sobrepoblación de “pobres” que Swift menciona como una problemática se ha multiplicado considerablemente. Así, el sistema económico respaldado por los poderes de estado han tomado muchas alternativas para que eso no ponga en riesgo su poder; el control social que eñ estado ejerce sobre el cuerpo, de las mujeres, sobre niñas/os, determinando si son o no actores de la sociedad, constantemente nos simula a la metáfora de “niños comestibles”, las relaciones económicas en las que las clases dominantes oprimen a quienes no hacen parte de ellas, los salarios insuficientes, la explotación laboral a los niños/as trabajadores y desde esa perspectiva “delincuentes” para los ojos de la sociedad; todas estas formas nos están diciendo que nos estamos comiendo a niños y niñas porque somos dueños de ellos/as.


Con esto entonces me atrevo a proponer una pregunta desde estas condiciones; ¿Qué pasa entonces con el aborto?

Según la Organización Mundial de la Salud, cada año se producen de 40 a 50 millones de abortos a nivel mundial, en los cuales cerca al 50% de mujeres que se los practicaron, mueren. Más del 70% son en lugares clandestinos con poca salubridad. En el Ecuador según el Ministerio de Salud Pública se dan 125 mil interrupciones de embarazo cada año, de los cuales el 90% son hechos por adolescentes.


Con todos estos datos es innegable que los problemas sociales, políticos y económicos recaen en muchos síntomas y uno de ellos es el aborto, por tanto el aborto es un problema social, económico y político, que debe ser visibilizado en todas sus dimensiones y asumido como un problema de salud pública.


Empecemos entonces por el lado político; el estado en la modernidad fue constituido como el aparato de poder con mayor fuerza, otorgándole la responsabilidad del orden y por tanto la capacidad de gobernar sobre las mentes y cuerpos de sus ciudadanos, este estado a lo largo de la historia ha comulgado principalmente con las institucionalidades que le han permitido sostener hegemonías construidas por las instituciones eclesiales y actualmente por las élites que conforman el poder económico. La iglesia a través del estado fue dueña del cuerpo de las mujeres asumiendo a la moral como legisladora “penalizando” el aborto caracterizándolo como crimen de la humanidad desde hace siglos.


Esta política se mantiene en el 80% de países en América Latina. Pero entonces, ¿la problemática se reduce a un problema de las instituciones como el estado y la iglesia?. A mi parecer, no es así; actualmente el estado comulga con el poder económico representado por las transnacionales a nivel global; es este poder que con permiso de la institución estatal gobierna sobre los cuerpos de hombres, mujeres, niños/as, jóvenes, adultos, ancianos; a partir de la lógica de consumo. Años atrás, en el desarrollo de la teoría crítica, encontramos El Hombre Unidimensional, texto en el que Marcuse manifiesta: “…la dominación se disfraza de opulencia y libertad”.


Con esto quiero atreverme a plantear que la libertad asumida por muchas mujeres sobre su propio cuerpo trasladada a mantener el uso de pastillas, inyecciones y otras elementos anticonceptivos no es más que la dominación disfrazada. Mantener a las empresas farmacéuticas con el discurso de la libertad, para ellas es sencillo. De esta manera ya no es la iglesia quien gobierna sobre el cuerpo de las mujeres sino el poder económico que engaña y crea un imaginario de autocontrol, que es falso y perverso.


Claro con esto no obviamos la responsabilidad al estado y excluimos de ella a la iglesia, sino que nos permite tener una mirada más amplia del poder y como este se maneja en nuestra sociedad.

El estado entonces cumple la función que beneficie a estos poderes económicos, en este caso, mantiene las leyes que penalizan el aborto obligando a buscar opciones clandestinas, para lo cual las farmacéuticas tienen la respuesta; medicamentos que inclusive se conoce que ponen en riesgo la salud de la mujer, según la (OMS), están a la venta, al alcance de mujeres que por la falta de información sobre el tema, adquieren y es así que como en Guayaquil cada año llegan 5.400 chicas, menores de 16 años, con síntomas de abortos incompletos, que habían tomado la pastilla y aún tenían rastros fetales en su útero (MSP).


A pesar de esto, los discursos de libertad y autonomía del cuerpo de la mujer, auténticamente legítimos, se han visto re-significados, y son herramientas que mantienen la lógica de consumo.

El cuerpo de la mujer está conectado, sin caer en naturalismos, cíclicamente con la tierra; con esto no quiero decir que la mujer es la tierra, pero se puede hacer una comparación que permite darnos cuenta cómo en ambos casos la dominación de sus cuerpos concluye en la eliminación de sus ciclos y en la mujer impide su libertad. Así como el monocultivo equivale al desconocimiento del funcionamiento de la tierra y su dominación, para la mujer desconocer su cuerpo y sus manifestaciones expresadas en sus ciclos menstruales, hacen que ella pierda el control sobre el mismo. Cuando la mujer asume al anticonceptivo como su instrumento de resistencia frente al poder de estado, se está olvidado que la forma de resistir es conocerse así misma. Las mujeres tenemos poder sobre nuestro cuerpo en el momento que somos capaces de conocernos, así resistimos a la lógica de consumo y a sus consecuencias. Generar conciencia del cuerpo como parte del ser permite entenderse así mismo, sin dividirse en lo que eternamente a perpetuado los sistemas hegemónicos, es decir no somos mente/cuerpo, somos un solo ser.


Esta conciencia permite dar un paso más allá sobre el tema del aborto, nos hace libres. Con esto no queremos decir que no es emergente la despenalización del aborto, sino dar una pista distinta al origen del problema, manteniendo que para solucionar este síntoma manifestado en la salud pública es urgente que el estado intervenga despenalizando el aborto y permitiendo a la mujer tener acceso seguro sin poner en riesgo su vida.


Despenalizar el aborto permite en principio evitar las miles de mujeres muertas, y en segundo momento acabar con el paso de las farmacéuticas limitando su negocio y regulando sus efectos


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