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Coronavirus: entre el pánico y la estupidez



Se encuentra el labriego con la peste y le pregunta:

–¿Peste para dónde vas?

Y la peste le contesta:

–Voy para Bagdad a matar a 500 personas.

Días después vuelven a encontrarse y el labriego le dice a la peste:

–Peste mentirosa me dijiste que ibas a Bagdad a matar 500 personas y mataste 5.000.

Y la peste le responde:

–Efectivamente, yo maté 500 personas, los demás se murieron de miedo.”


Con gafas en el cabello, notablemente en combinación con su aspecto rubio, Ava Louise observa a la cámara mientras le da un lamido al sanitario de un avión. Se trata de una de las muchas “influencers” de este siglo con un círculo de fama creado alrededor de la superficialidad y la estupidez. El video circula en las redes, en el marco de una de las mayores amenazas que ha conocido la humanidad en los últimos meses: el coronavirus.

Sin embargo, esta muestra de quemeimportismo y de llamado a la irresponsabilidad en lo que ella denomina “coronavirus challenge”, no es del todo aislada. En todo el mundo existen quienes hacen caso omiso de las indicaciones que brindan los gobiernos de sus países para controlar la propagación de lo que pareciera un esfuerzo del planeta por calmar un poco los excesos de nosotros los humanos. En Argentina un hombre agredió a un guardia de seguridad que buscaba evitar que el sujeto viole la restricción después de un viaje. En Bélgica, muchas personas han comenzado a ir de compras a Países Bajos dado que en este no existen restricciones, y en Ecuador, muchos han buscado aprovechar la baja del dólar para hacer compras en el vecino país, Colombia.


Se trata, efectivamente, de un asunto de irresponsabilidad generalizada, que contrasta con el sinnúmero de personas que hacen un llamado a permanecer en casa o a tomar medidas que no están de más en estas épocas: como limpiar a fondo los espacios de sus casas o lavarse constantemente las manos. El pánico resultante, por un lado, del bombardeo de información, y por otro, de la magnitud de las medidas tomadas en el marco de la amenaza global, contrasta notablemente con la actitud laxa de miles de otros que inauguran de esta manera una notable controversia vinculada a la existencia misma. Sin ánimos de contribuir a la confusión, propongo tres elementos de análisis respecto de este lado del comportamiento social:


1. Falta de capacidad para filtrar la información masiva


La paradoja está en que cada vez tenemos acceso a más información, sin embargo, esta se vuelve cada vez de menor calidad. Abundan las noticias falsas y memes que han aprovechado la falta de credibilidad de los medios tradicionales para volverse las fuentes más confiables de la mayoría. Por otro lado, y lamentablemente, en medio de todos los esfuerzos educativos por construir competencias, hay una clara debilidad en la capacidad que tenemos para filtrar esta información, para contrastarla y finalmente, decidir en virtud de ella.


El caso de nuestra influencer y su reto del coronavirus es una muestra de esto. La manera en que sin preocupación alguna lame el inodoro, podría dejar la idea de que se trata de una amenaza local, o bien, sin la fuerza con la que otros medios nos la venden. El hecho es que sin estas capacidades nos es imposible analizar, por ejemplo, la famosa curva del coronavirus, o la relación de este virus con otros similares, aunque menos peligrosos. Asimismo, tenemos poca capacidad para buscar artículos científicos sobre el tema, quedándonos en el clásico “un amigo me contó que un amigo…”.



Desde el principio, esta imposibilidad de enfrentarnos a la comunicación en masa, hizo que muchos dejen de comer en restaurantes chinos, o incluso de tomar cervezas “corona”. Hoy por hoy, cuando la amenaza ya se ha vuelto un asunto prioritario en casi todo el mundo, seguimos sentados frente al televisor o las redes, creyendo toda imagen que circula, y tratando de obrar en consecuencia con la misma. Menos mal, no todo el mundo se cree influencer.


2. Comparación de las medidas en términos de justicia


Usualmente cuando hacemos una comparación, intentamos descubrir qué es lo que nos resulta justo o no de un caso particular. Para ello optamos por un determinado “mundo de sentido”, respecto de otros que pueden ser completamente diferentes. Esta necesidad de justici, que, de hecho, está en el origen de muchas de las grandes disputas de la humanidad, nos lleva a actuar en virtud del acto de comparación. Más o menos como cuando, de niños, peleábamos con nuestros hermanos porque considerábamos que recibían mayor atención.


Entonces, frente a las medidas, que muchas veces parecieran “desmedidas”, de nuestros gobiernos de turno -más aún cuando aquellos son vistos como un agravante de la crisis y no como una solución plausible- no se nos ocurre otra cosa que compararlas con el resto. De golpe nos damos cuenta que nuestros amigos siguen entretenidos en las playas mexicanas; que países como Reino Unido han decidido una política inversa: que muera quien tenga que morir; o que, con muchos más contagios algunos gobiernos no han tomado ni la mitad de medidas que los nuestros.


Ecuador es un caso particular en este sentido, dado que de plano ha decidido, incluso, hacer un toque de queda frente a la desobediencia de su población, cuestión que podría estar muy relacionada con la falta de credibilidad que mantiene el gobierno desde al menos seis meses atrás. La comparación surge entonces, cuando reconoces que hay gobiernos mucho más capaces, y que sus estrategias no son para nada similares. En el fondo, desearías otro gobierno, en la práctica, simplemente ya no les haces caso.


3. Sensación de encierro



Lejos quedaron los afanes de quienes siempre argumentaron que la cuestión radica en la libertad individual. Pronto descubrieron que, ante un problema que nos compete a todos, la supuesta libertad a la que siempre recurrimos no es más que un espejismo, y que sin un verdadero esfuerzo comunitario no podríamos cambiar absolutamente nada. Esto resulta muy interesante, sobre todo por que nadie quiere que le controlen, hasta que se dan cuenta que el control es necesario. Y acostumbrados a vivir con este espejismo, no podemos permanecer aislados a la fuerza, temiendo que unos días de encierro nos vuelvan sujetos menos “libres”.


Hay que vaciar los supermercados, vaciar los bancos, visitar a los amigos, ir a la casa en la playa donde no hay coronavirus porque este “le huye al frío”. Cualquier excusa es buena para sentir que nadie nos ha quitado la libertad y que seguimos siendo tan libres como cuando el capitalismo nos dijo que lo éramos. Paradójicamente, este es el mejor momento para que uno “sea su propio jefe”, y se deje por fin de guiar por los afanes cotidianos.


Sin lugar a dudas, y aunque la primera reacción ante los abusos de quienes no respetan ni al coronavirus, sea la de tacharlos de irresponsables, valdría considerar que la estupidez, como casi todo, no es más que una construcción social. De este virus también somos víctimas y muy probablemente tendremos que ocuparnos de él una vez que hayamos vencido el estado de pánico en el que actualmente nos encontramos.


Mapa del coronavirus:




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